viernes, 27 de noviembre de 2015

Danilo (II) - El Colmillo

Considero indispensable retomar la historia del accidente de Danilo. Sobre todo porque durante estos últimos días he experimentado algo de aquella misma intranquilidad. Me refiero a los mismos destellos de luz (aparte de los producidos por el fuego que lo circundaba) que Danilo supuestamente vió alrededor de sus ojos aquella madrugada a orillas de la carretera. Creo en su historia porque, mientras me la contaba, no sé si en sueños o en un lejano recuerdo de desquiciado, no pude apartarme de augurios terribles que es mejor no precipitarme a narrar ahora.

Estábamos tomándonos un café en la panadería "La Maison", cerca de la cota mil. Eran como las cinco o seis de la tarde de un sábado. Llovía. Los sombríos peregrinos del frío y la humedad bajaron murmurando cosas secretas entre los negros árboles de la montaña.

Cuando supe que había algo -continuó Danilo- , me puse como nervioso. Algo me pesaba en los hombros, como si de pronto me encontrara en un ambiente totalmente desconocido para mí, quiero decir, como en otro planeta. Tenía que dejar el carro ahí, buscar ayuda inmediatamente... El fuego, que al principio me había parecido inmenso y como una pared descomunal que me rodeaba, resultó ser apenas una delgada llamita que no tardó en apagarse. Pero un pensamiento ajeno y perturbador se apoderó de mí. Aléjate de la autopista -me decía. Por nada en este mundo te muevas de ahí. Le di muchas vueltas a esa intuición para rebatirla. A pesar de eso terminó por convencerme. Los carros pasaban a altísimas velocidades, silbando como si fueran naves espaciales. Los camiones rugían monstruosos. Nadie se detendría a auxiliarme...

Entonces volví hacia el caprice. Vi el caucho reventado y me extrañó que hubiera quedado así, despedazado como si lo hubiera masticado un tigre. Examiné otra vez la carretera y me percaté del montículo que estaba atravesado a pocos metros. Me acerqué con un nudo en el estómago... Cuando estuve en frente no supe qué era. Sólo veía una mancha grumosa y espumante. No soporté el hedor y me incorporé asqueado.


Era el cadáver destripado de un perro.


Entré en una especie de alteración mental involuntaria producida por el asco y la repulsión, detallé con claridad de ensueño -esa que sólo se presiente- al monstruoso colmillo del animal, sobresaliendo del lamentable amasijo de carne que era su cabeza. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario