Muchos de los documentos que en esta dilatada galería se publicarán pertenecen a épocas pretéritas que no conviene anotar aquí en este momento. Más que testimonios, son mitos. Imágenes infundidas por la tierra, lenguaje de la tierra que en milagrosas orillas se manifiesta, acompañado por el trino y el desgaste de las piedras: su transformación hacia ulteriores runas.
Los libros, cartas, diarios y bitácoras de mis ancestros, recuperados por el ímpetu reclamo de nuestra sangre, reposan desparramados en mi escritorio, velados de polvo en los estantes, germinando hongos y refugiando arañas.
Ha tocado a mi tormentosa vida que los reciba y los descifre, para gloria de los ángeles que guardan estos mundos y los cubren de relámpagos terribles. Así quedará honrada y manifiesta la casta de lunáticos que alguna vez habitó el más lúgubre de los maizales.
Al eventual, amabilísimo lector, puede que lo distraigan. Peligrosamente, me refiero. Puesto que no deseo a nadie mi condición de alucinado. Y menos aun las consecuencias de lo que sería creer y proyectar. Ángeles digo, magia y demonios.
Con ellos todos encadenados sobre mis hombros gobierno la nave ciega de la tempestad, persiguiendo fantasmas, hacia la noche eterna.