Venía solo en el Caprice, después de haber hecho un viaje hasta el aeropuerto. Llevaba las ventanas apenas abiertas lo suficiente para no asfixiarse con la mezcla del humo de su cigarro y el del carburador que se filtraba irremediablemente por los viejos y empolvados ductos del aire acondicionado... Cuando enfilaba hacia una de las apretadas salidas, cuyo curso se sumergía en las tinieblas amenazado por las ramas resecas de los árboles, un montículo en medio del asfalto lo hizo frenar repentinamente. Alterado como ya de por sí venía, este último acontecimiento acabó por aterrorizarlo hasta la médula. Sin embargo sus reflejos, aun no del todo embotados por la carterita de brandy que llevaba en reserva bajo el asiento, y de la que de vez en cuando tomaba un poco, pudieron accionar con justa precisión y fuerza el volante, permitiendo a Danilo esquivar la mayor parte del montículo atravesado en la vía.
Por desgracia, apenas hubo lanzado el carro a su derecha escuchó, después de un chirrido espeluznante de metales, la funesta explosión de un caucho. La calle se iluminó por un momento con relámpagos amarillos por los chispazos de la carrocería que se arrastraba hacia la orilla. Una de aquellas diminutas lanzas de fuego cayó muy cerca de la yerma paja y esta comenzó a arder en el instante, aunque no de manera voraz. Por la autopista rugió un camión a más de cien kilómetros por hora.
Danilo no terminaba de batuquearse de un lado a otro, pegando la frente una y otra vez del parabrisas, sin soltar del todo el volante. Su contextura larguirucha y de grotesca articulación permitió que no sufriese heridas demasiado graves. Una vez que el Caprice se hubo detenido, diagonal a la orilla, humeante, el malogrado Danilo pudo salir.
Parecía un insecto palo carbonizado. El cabello grasiento en jirones adheridos sobre su cabeza, como algas negras del pantano. Trastabillando se incorporó, buscando el equilibrio. Miró hacia el montículo en mitad de la carretera. Escombros. O quizá algún animal muerto. El frío punzante de la madrugada desciende de la autopista en ocasionales ráfagas, dos o tres carros pasan a gran velocidad. El incendio no abarca todavía ni medio metro, pero está tan cerca del caprice que en cualquier momento, y en el peor de los casos, por supuesto, puede hacerlo estallar.
En tal situación se ve Danilo absolutamente aturdido. Su única reacción fue apresurarse a orillas de la autopista, a pedir auxilio.
Todo esto lo escribe él mismo en su cuaderno. Y continúa, se extiende en numerosísimos detalles que de ser expuestos aquí confundirían al lector al punto de, quizá, enajenarlo y perturbarlo. Lo más apropiado es detenerse aquí, y dejar que otras cosas sucedan antes de continuar. En alguna parte, con diminuta y nerviosa letra, hay escrito lo siguiente: "Durante esa noche, cerca y lejos de allí, pululaban espíritus, como los que desde hace un par de días andan sueltos a orillas de las quebradas."
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