sábado, 24 de octubre de 2015

(Los mensajes de) Hermes Tritón

En un tugurio del pueblo de baruta, más o menos a las diez de la noche, permanece absolutamente solo en una esquina un hombre taciturno y de piel marrón, aferrado a una botella musitando incomprensiones. En el bolsillo trasero de su pantalón lleva enrollada una gaceta hípica y un bolígrafo kilométrico azul. Alrededor de esa esquina se apretujan algunos borrachos en contra de las otras mesas y el mostrador. El primitivo y maloliente alborozo del final de la tarde casi está extinto ahora, con charcos de barro y cerveza entre las sillas, infinidad de chapas a lo largo del piso configurando laberintos entretenidos para las cucarachas. Muchos pies tambaleantes y escupitajos. La música ha disminuido su estridencia hasta convertirse en un murmullo agitado y caluroso.

Los portugueses detrás del mostrador se disponen a cerrar; pasan el sucio y sempiterno trapito encima de la barra una y otra vez, hasta cebar la superficie con una inmaculada capa de color pardo.

El hombre de la esquina parece estar medio borracho, pero
por completo ensimismado en algún tormentoso pensamiento. Sus ojos amarillentos destilan consternación. Sostiene con ambas manos la botella y le da vueltas en sus dedos febriles, como buscando algo que sin embargo sabe irremediablemente perdido. Hasta hace minutos estuvo escribiendo sin parar en los márgenes de la gaceta: frases, números, formulas químicas y alquímicas -me refiero a símbolos y anotaciones astrales, nombres de hierbas, jarabes, incomprensibles cadenas de carbono, divagaciones, recetas, números y fórmulas-. Y durante la tarde estuvo también en eso en en metrobus. Lleva días escuchando algo, en las noticias. Presiente que puede descifrarlo.

Las últimas horas han sido insufribles. Su mente está agotada del solo intento de mantener un cauce de pensamientos. Por eso ha estado escribiendo en los márgenes de la gaceta.

Ciertas fórmulas -se ha dicho. Pero también garabatos de todas las especies, de tal manera que quien abre ese cuaderno se consigue con lo que parecen ser las anotaciones de un poseso.

Tiempo después este hombre desaparecería, y en nosotros quedarían los registros de su obsesión. Al salir de aquella cueva se encontraría de pronto en una esquina gris de Baruta. El estruendo repentino del camión de la basura no alcanza a sobresaltarlo, se hunde el ruido en un pozo de silencio que nace en la boca de su estómago. Siente náuseas, pero se incorpora reagrupando fuerzas. Debe llegar a salvo -como que recuerda. ¿Adónde?

Tambaleante, se escurre detrás de un poste, hacia un callejón, como una lagartija en un planeta desconocido.

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